Durante el día pasamos gran parte de la mañana y de la tarde en el hospital. Ana trabaja de nuevo en la farmacia, ordenando e intentando comprender la lógica del almacén de medicamentos. En un nuevo quiebro de mi sinuosa trayectoria, yo trabajo en la pediatría.
Mientras os escribo, Ana elabora una lista de medicación disponible que va a caducar y sería bueno usar cuanto antes. Como en Liberia, no existe un concepto claro de “caducidad”. Las cosas caducan cuando se terminan. Y cuando existen y se da un segundo paso que es “las tenemos”, se usan. ¿Cómo no va a funcionar algo que se mete por la vena? Y sobre todo ¿Cómo va a hacer daño algo fabricado en los Estados Unidos o en Europa? Si vienen de allá y allá no se mueren tan pronto, malos no pueden ser.
El que yo esté en Pediatría tiene que ver fundamentalmente con dos cosas. La primera, que aquí se mueren niños muchos días. La segunda, que el acceso de la población a la pediatría de nuestro hospital está facilitado por un hermanamiento que existe con el hospital de los hermanos de Sant Joan de Deu en Barcelona, por el cual los gastos del ingreso los asume dicho hospital de Barcelona.
Trabajo con otro médico cooperante catalán que por supuesto se llama Jordi y que compara la planta de pediatría en el hospital con la subida del protagonista de Apocalipsis now por el río en plena selva de Vietnam.
La situación es la siguiente. Cae la lluvia que os contaba al principio. Va quedando todo en penumbra y no han retirado un pequeño cadáver que no se puede trasladar hasta que termine de llover. La enfermera canta una mezcla de espiritual negro y gregoriano. Nosotros escribimos en la historia clínica del chaval recién ingresado que después de la segunda infusión de quinina la glucemia es normal pero que el paciente ha comenzado a vomitar hierbas por la administración de medicina nativa. Se sigue haciendo de noche, la penumbra ya lo inunda casi todo, pero llegan las siete y media. Viene la luz y ya podemos conectar el oxígeno, pedir pruebas al laboratorio y quizás después conectarnos un rato a internet para enviar esta crónica. Vivimos en un mundo precario, con la tragedia a flor de piel, pero al que llegan las ondas de otras orillas si tienes los recursos suficientes. Mi misión es, a través de esos recursos, contaros sobre las “nubes del otro lado”.
1 comentarios:
Aunque estemos a miles de kilómetros de distancia, tus palabras llegan con fuerza al otro lado de la orilla y remueve los corazones no dejando indiferente al que las lee, te lo aseguro.
Ojalá testimonios en primera persona de los que habéis decidido en vuestra vida daros a los demás saliendo de las comodidades que nos ofrece el primer mundo, sea impulso y deseo para transformar, desde nuestras pequeñas realidades, situaciones que merecen ser denunciadas y transformadas desde valores como la justicia y la solidaridad.
Publicar un comentario